Luna jugaba con David en el parque de La Seca. Corrieron hasta cansarse, y ella, con una sonrisa traviesa, dijo:
—Descansemos un poco.
David se dejó caer en la hierba.
—¿Sabes, David? Los niños somos más inteligentes que los adultos.
—¿Por qué dices eso? —preguntó él, mirando las nubes.
—Porque ayer mamá me pellizcó y lloré hasta que las lágrimas se me secaron. Me gritó: “¡Por qué lloras! ¡Silencio! ¡Cállate!”. Y yo le dije que me dolía mucho, que ni modo que estuviera sonriendo. Entonces me pegó en la boca… y se me cayó el primer diente.
Luna sonrió al recordarlo. David, sin saber qué decir, solo miró el hueco en su sonrisa, blanco y brillante como un secreto que dolía.
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