Cuando Samir tenía unos cuatro años, el simple acto de ver el caldo de huevo en la mesa se convertía en todo un espectáculo. Apenas el olor le llegaba, ¡zas!, se quitaba la camiseta. Su mamá, con una sonrisa, le preguntaba: “¿Pero por qué te quitas la camiseta?”. Y Samir, respondía con la sinceridad propia de los niños: “¡Para agarrar el huevo que se fue a esconder en el asiento!”. Era como si aquel huevo necesitara que él estuviera listo para atraparlo.
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