Estaba
en la cama empiyamada tratando de quedarme dormida después de un estresante
día. Escuché un extraño ruido en el techo, tomé la linterna de la mesita de noche. El ritmo
cardiaco se aceleró, guardé absoluto silencio. Algo se arrastraba en el techo;
el estruendo fue tal, parecía que iba a caerme encima. Corrí a la otra
habitación, la sensación de pánico y
persecución me hizo tartamudear. A mis
pies chispearon gotas del líquido nauseabundo que caía. Minutos después escuché que levantaban las
tejas.
A la
mañana siguiente hice tapar cualquier
hueco por el cual pudiera ingresar ese animal. A los dos días, volví a escuchar
el mismo ruido. Entonces, hice instalar
un bombillo en el techo para alejarlo.
Esa
misma noche accedió al techo por la
claraboya de la otra habitación,
y orinó el colchón de mi cama,
supe que era una Zarigüeya la que me visitaba. Necesitaba atraparla, pero sola
no era capaz.
Al
día siguiente muy temprano ingresé a bañarme, giré a enjuagarme cuando ví una Zarigüeya
en el rincón. Quise gritar y no pude. Al cruce de miradas el animal emitió un
gruñido, se increpó, pudo apreciar sus dientes afilados y ojos vidriosos, estábamos
encerradas en el mismo lugar. Miré hacia arriba, si hubiera podido volar seguro
lo hago. No sabía cómo salir, cuando pude grité tan fuerte “ma me voy a morir”, “me voy
a morir” sentía
que mis gritos eran en vano porque mi
mamá vivía enseguida.
Cuando
la escuché llegar sentí un alivio, empujó la puerta y salí del baño enjabonada.
Ella le pegó un garrotazo con la escoba y se la llevó para su casa en una jaula.
La cuida como su mascota porque sabe que es un animal en vía de extinción, mientras
lidio con los ruidos nocturnos.
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