Ayer
por la mañana, Elisa recibió a Miguel con la bolsa de la parva, toda sonriente
y lista para el desayuno familiar. Sirvió el café para todos , y justo cuando metió la mano para sacar los pandeyucas… ¡zas! Lo
que tocó no fue masa suave ni panes, sino un buen pedazo de
estiércol de caballo.
Hubo
un segundo de silencio incómodo… y luego, ¡una carcajada general! Su esposo,
entre risas, le dijo con cara de niño travieso:
—¡Feliz Día de los Inocentes!
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