Al langaruto, así lo llamaban Abril y Renata cuando se encontraban en el Club Militar del Eje Cafetero. Tenían prohibido mencionar su verdadero nombre.
Renata solía contarle a Abril todas las anécdotas del langaruto en su
época de lancero, una etapa que le valió reconocimientos y respeto.
El tiempo parecía detenerse cuando hablaban de él, como si cada palabra tejiera
de nuevo su presencia entre ellas.
En
su último encuentro, Abril le dijo con firmeza:
—Fue un mal hombre… y aun así lo amaste.
Renata
bajó la mirada, con una mezcla de nostalgia y decisión:
—Sí, lo amé… y seguiré viniendo a honrar su memoria.
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