miércoles, 8 de octubre de 2025

Despedida silenciosa

 Eran las 10:15 de la noche de aquel viernes.

Ella se encontraba en el patio de su casa, disfrutando del silencio habitual del barrio, cuando un estruendo seco de varios disparos quebró la calma. De inmediato, un pensamiento fugaz pero inquietante cruzó su mente: han asesinado a Diego, el coronel. Su cargo, tan delicado, siempre había despertado murmullos y sospechas.

Los gritos de los vecinos no tardaron en escucharse. Con el corazón agitado, abrió la puerta y caminó hasta la esquina, justo frente a la casa de Rosa. Desde allí dirigió la mirada hacia la vivienda de Diego: una multitud comenzaba a congregarse, sus rostros tensos iluminados por los faros de un carro estacionado a medias sobre la acera. Dentro del vehículo, el cuerpo de un joven confirmaba lo peor: alguien había sido asesinado.

Volvió a su casa,  mientras cada vez más personas se acercaban al lugar del crimen. Las versiones empezaron a circular con rapidez. Horas después, se supo que el joven muerto era Pablo, hijo del coronel del pueblo. Pablo era novio de Juana, y la noticia dejó una estela de tristeza entre quienes lo conocían.

La noche transcurrió entre el murmullo persistente de la multitud y la presencia silenciosa de quienes llegaban a enterarse de lo ocurrido. El coronel nunca apareció. Solo lo hizo doña Paola, madre de Pablo, que permaneció cerca del sitio aferrada a su pañuelo.

Desde aquella noche, la familia Arana —vecinos de toda la vida— desapareció del panorama. Nadie volvió a verlos. Dos días después partieron sin despedirse de nadie. Su casa quedó vacía, como una herida abierta que el barrio aún no ha podido cerrar.

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