Clara trabajaba en Bogotá, Una
tarde cualquiera, hablaba por teléfono con su mejor amiga. Entre pausas
cargadas de silencio, por fin le contó la verdad: estaba embarazada. Le confesó
un pensamiento fugaz: tomar la pistola de su hermano dispararse en la sien y
así desaparecer. La idea no era nueva. Pensaba en la enfermedad incurable que padecía, y la poca
esperanza que tenía.
Colgó el teléfono con una especie
de alivio triste. Entonces, como por instinto, encendió el computador. La
canción El alfarero empezó a sonar, como si alguien invisible la tomara
entre los brazos. Y no apretó el gatillo. En cambio, se derrumbó en llanto
hasta calmarse. Lloró sin miedo decidida
a continuar.
Un mes después, tuvo que someterse
a un aborto porque el embarazo era ectópico. Clara siguió con heridas que no se
veían, con ausencias que nadie nombraba, pero con el eco de aquella canción aun
susurrándole al oído: “haz de mí lo que tú quieras”.
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